click here or on header below to return to EVENTS-ARTICLES-INTERVIEWS Index

click on this line to go back to ARTICULOS & REPORTAJES index.
 
SARA GONZÁLEZ
al fin se fue de Cuba

Por PEPE FORTE, editor del Canal de Autos de iFriedegg.com y conductor del programa radial AUTOMANÍA por WQBA 1140AM Univisión Radio, domingos desde las 12:00 pm y/o sábados desde las 2:00pm ET. Miembro fundador de SAMA.
Todas las fotografías del autor.

Posted on Feb.8/2012

Share 

La cantante y compositora cubana Sara González falleció en La Habana al anochecer del miércoles 1ro. de febrero del 2012. En septiembre del año pasado fue operada para extirparle un cáncer en el colon, una condición que es cuasi un privilegio entre los cubanos de La Isla; el fatal padecimiento está íntimamente relacionado con el consumo de fibra roja y en Cuba la carne de res ha estado ausente por años de la mesa familiar, con más severidad en los últimos veinte.

La enfermedad ganó la batalla…

En contraste con el candoroso eufemismo “una larga y penosa enfermedad” con que según la estética estalinista los medios castristas durante décadas se han referido al cáncer, CubaDebate, el sitio cibernético oficialista —que hace cualquier cosa menos debatir—, citó por su nombre el mal de Sara, hecho hasta entonces sólo reservado para los enemigos de la Revolución, como hicieron con la muerte de Celia Cruz.

Sus cenizas fueron veladas el 2 febrero en el Instituto de la Música, y el 4 arrojadas al mar, frente al “lado oculto del morro”.

González tenía 60 años al morir. Nació en Marianao el 13 de julio de 1951. Fue fundadora del Movimiento de La Nueva Trova, desde que éste, de acuerdo con la obsesión institucional de los regímenes totalitarios que necesitan una fecha para todo, despegara como hoy se certifica oficialmente en un acto en Manzanillo, en la entonces provincia de Oriente, en diciembre de 1972.

Poseía una gran voz, un timbre especial con vibrato espaciado que a menudo, paradójicamente, parecía débil, pero no. ¿Afinada?, siempre.

Llamarle la Janis Joplin cubana representa un paralelismo impreciso, aunque con ciertos puntos de contacto. Vocalmente, no. La Joplin, de tesitura áspera; la González, sedosa (I’m sorry, “La Perla” tenía más swing que “La Gorda"). En cambio sí se reflejaban en lo poco agraciadas anatómicamente —Sara parecía contradecir la obligadamente esperada belleza de la rubia de ojos azules impuesta por la doctrina hollywoodense—. También, en la imagen desaliñada, carente además de gestualidad femeninamente bordada. Las dos parecían más estar a punto de entrar a la ducha que acabadas de salir de ella. El denominador común de ambas era —y tampoco lo era porque marchaban socialmente en direcciones antagónicas— todo el look rebelde de la época hippie, manifiesto en mujeres como ellas, intérpretes no de tonadas tontas y dulzonas, sino de canciones nuevas y con “cuerpo” —sin importar ahora en cuál rumbo—, por demás, bajo un estado de sitio de voces masculinas.

Una coincidencia final: Janis y Sara fueron incineradas y sus cenizas esparcidas en el mar…

A diferencia de otros artistas cubanos del universo de la música y particularmente de la NT que conocí bien, con Sara González conversé una sola vez, por minutos, en 1988, a bordo de un autobus Girón VI camino a una “actividad cultural” —estaba acompañada en la ocasión de la saxofonista Lucía Huergo—, y me resultó una persona grata a pesar de su físico impresionante. Parecía una mujerona (a lo mejor sólo una percepción errada de mi parte), y cuando contemplé su característica papada recuerdo que pensé en la de Monserrat Caballé y me dije, “caramba, de ahí es de donde sale esa voz”. Sara vestía un pantalón negro, ancho, a punto de bataólico, y un gran camisón estampado en gris que se desbordaba sobre aquél. No llevaba perfume, maquillaje ni gangarrias, y suelto su lacio cabello. Viéndola de cerca también pensé que podría ser la perfecta hermana gemela del finado guitarrista de Chicago, Terry Kath.

Pero más allá de sus dotes artísticas, la pátina final aplicada por las autoridades cubanas a su fallecimiento y exequias, merece una mirada.

Según quedó consignado en el acta de honras de la bitácora del navío desde el cual fueron lanzados sus atomizados restos al mar, “a las 9:43 horas del 4 de febrero de 2012, cumpliendo su voluntad expresa, se procedió a depositar en el mar las cenizas de Sara González Gómez —gloria de la Cultura Nacional, frente a su querida Habana, ciudad que la vio nacer, crecer y defender desde su canto a la Revolución Cubana— en los 23 grados y 09.2 minutos de latitud norte y los 82 grados y 23.2 minutos de longitud Oeste, al Noroeste del faro del Morro, desde el Buque Patrullero 390 de la Marina de Guerra Revolucionaria”.

En un acto marcial, los despojos minimizados de la cantante fueron lanzados por la borda frente al litoral habanero, a corta distancia de donde cayeron las avionetas de Hermanos al Rescate y de donde fue hundido el remolcador 13 de Marzo.

El jetset político-cultural de Cuba estaba a bordo de la embarcación. Junto a la pintora Diana Balboa, su compañera sentimental, entre otros se hallaban Frank Fernández, Marta Campos, Amaury Pérez Vidal y Abel Prieto. No podía faltar el hijo pródigo de la Revolución, el inadaptado Andrés Gómez que… ¿alguien lo vio en el velorio de Olga Guillot en Miami?

Esa mañana, el Almirante de la MGR debe haber respirado tranquilo; el barco que prestó para el funeral no corría peligro; su inusual grupo de pasajeros, obedientes como el colegial predilecto de la maestra regañona, jamás osaría secuestrarlo para llevárselo a Cayo Hueso. Para eso estaba Silvio Rodríguez allí, con una gorra verde olivo que cual arrancada de la cabeza de Castro cuando el Comadante en Jefe vivía tiempos mejores, les recordaba la debida fidelidad.

Un cojín hincado de medallas otorgadas a Sara González por el gobierno, al mejor estilo soviético de la era de Brezhnev, se exhibía en la cubierta como parte de la ceremonia.

Si alguien duda del compromiso ideológico de Sara González con la cincuentenaria dictadura, baste el Grand Finale que el establishment castrista le concedió, con honores militares y todo. Paralelamente al suceso, cataratas de picuencias dedicadas a ella desbordaron los medios escritos del país (la cursilería comunista siempre halla su máximo fulgor en el duelo). Entre las notas de dolor destaca la declaración conjunta de los cinco espías cubanos presos en Estados Unidos, una parrafada que seguro la redactaron en el Departamento de Relaciones Públicas de Villa Maristas.

“Seguirás en el corazón de todos y desde nuestras celdas en este Norte brutal te seguiremos queriendo”, reza parte de la condolencia.

La propia Sara González ha dejado por ahí lo que por largo, más que un epitafio a sí misma, parece ser su testamento político. Titulado “Nos vamos a defender”, dice: “Esta es mi Patria, donde vivo, donde me he formado, me he hecho un ser humano y he obtenido un privilegio gracias a la Revolución: me gustó estudiar música y ser cantante. En otro tiempo aquí esto hubiera sido imposible. A la cúspide se llegaba muchas veces por vías no muy claras desde el punto de vista moral. En cambio, con el triunfo de la dignidad humana, el arte también se humanizó en mi país. Aquí mi trabajo ha servido para elevar la cultura del pueblo y hacer de ésta un fenómeno masivo. Esto sólo se puede dar en una Revolución. Vivo en una época privilegiada, la de la Revolución. Es lo más importante que le puede pasar a un ser humano. Nos va a agredir una potencia imperialista. Va a ser una guerra a muerte, porque nos vamos a defender. Desde que tengo uso de razón sé lo que significa defender la verdad de la Revolución”.

Sin comentario. Una pieza maestra de la falacia, desde la primera oración hasta la última.

Sin embargo, fuera de su militancia política a través de sus composiciones y su interpretar, Sara González no parece haber sido una inquisidora dentro del Partido o la Juventud Comunista de Cuba. En 1985, Amaury Pérez Vidal me dijo en La Habana que ella se había escondido para faltar al pogrom contra Mike Porcel, durante su fallido intento de abandonar Cuba en 1980, al pairo de los incidentes de la embajada de Perú y el consecuente éxodo marítimo de El Mariel. Porcel me corroboró en Miami, donde ahora vive, que es verdad, que Sara no participó del acoso.

Lesbiana en un gobierno ferozmente homofóbico, si Sara no hizo de Torquemada en las filas partidistas de la Nueva Trova era porque gravitaba más en torno a su inclinación sexual con todo lo que su clandestinidad exigía, que hacia cualquier otra cosa. Cuando hay cosas que compensar…

Tampoco gozó —quizá por esto último— de los beneficios o marcados privilegios de otros que volaron más alto. Lo que en Cuba se llama “vivir”, Sara González no “vivía” como Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, Incluso no recuerdo que viajara tanto al extrajero como ellos u otros. Ahora le llevan como una reina en un buque de la armada para que su cuerpo se disuelva en las olas, pero a sus espaldas de seguro le pusieron en vida muchos barreras por impresentable.

La Nueva Trova cubana traicionó lo que debió ser su esencia y el espíritu de la época en que nació. Lo que en el mundo se conoció entonces como Canción Protesta, en Cuba fue Canción Complacencia. El talento de Rodríguez y de Milanés, así como el de Sara, se deslizaron por el tobogán de la aprobación, del sí incondional, de la lisonja. En Cuba había —y hay— más cosas de las qué protestar, que aplaudir. Sara González escogió ser un ingrediente de ese cóctel cuyo sabor por amargo a la larga irá a parar al tacho de la basura.

Como todo ser humano que muere, y sobre todo si tiene un talento excepcional como ella lo tenía, merece respeto. Pero no tengo nostalgias de Sara González. Más aún, la noticia de su muerte me subrayó el olvido que inconscientemente le había dedicado. No tengo sangre para emocionarme con lo que dice una pieza suya como “La Victoria”, la dedicada a los comités de vigilancia de las barriadas o una interpretación como la de la melodía guevarista de Silvio Rodriguez, la “Canción de los Comados del Silencio”, que predica que “matar es ansias de vivir”.

Pero, ¡oh!, me asalta una duda…

Como en Cuba ha pasado más tiempo real del feudalato de Castro que del literario de los cerdos de Animal Farm de George Orwell, al igual que en la novela, todo anda loco y ya no se puede creer en nada ni en nadie. La simulación es parte integral de la vida nacional. Quién sabe si hasta hoy, a pesar de lo que dijo o cantó, Sara González lamentó no haberse largado de lo que la historia inexorablemente no absolverá, sino que condenará, y acarició secretamente las quiméricas ansias de irse del país. Sospecho, sospecho…

De ser cierto, lo logró al pedir que su cuerpo pulverizado por el fuego fuese arrojado al mar. Al fin, aunque hecha cenizas, ¡Sara se fue de Cuba! Genial. Y qué ironía: lo hizo justo desde una embarcación bélica que ostenta más batallas contra sus propios ciudadanos, esos náufragos por cuenta propia, los balseros escapistas, que contra un enemigo real que venga por el mar.