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GRACELAND

Un recorrido por la célebre mansión de Elvis Presley... Es como abordar la máquina del tiempo y volver a la década de los 70. Y, además, genera la impresión de que el Rey del Rock en cualquier momento puede cruzar delante del visitante por un corredor de la casa.
Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA,
domingos a las 12:00pm ET por WQBA 1140 AM ,
y de EL ATICO DE PEPE, de lunes a viernes a las 5:00pm,
por WAQI 710 AM, en Miami, Florida,
ambas emisoras de Univision America.

Todas las fotografías del autor excepto las señaladas
con el punto rojo y los esquemas.

Posted on Jul.16/2012

Hay dos casas en el mundo que pertenecieron a famosos, que cuando se recorren, el visitante siente como que en cualquier momento de una de sus habitaciones, verá salir o cruzar por un pasillo al que la habitó. Una es la Finca La Vigía del escritor Ernest Hemingway en San Miguel del Padrón en La Habana, Cuba, y la otra es Graceland, la mansión de Elvis Presley en Memphis, Tennessee, Estados Unidos.

Eerie, spooky, creepy... son tres palabras en inglés, insustituibles para definir la sensación que acaso los calificativos de escalofriante o misterioso en español no alcancen para explicarla… una sensación que viene no sólo del hecho de lo intenso de la personalidad de Hemingway o Presley y su prevalencia en nuestra vida mediática para quienes no les conocieron personalmente, sino de la casa en sí cuya decoración es un vívido reflejo de cada uno de ellos. Cuando se visita Graceland se tiene esa sensación… o por lo menos, la de que Elvis, según la leyenda urbana, no murió (o no ha muerto), sino que está vivo y que ha salido de casa por un momento a comprar en la barriada su sándwich favorito de peanut butter y bananas, y que en cualquier momento volverá.

Aún para los fans de Elvis —y probablemente para éstos más que para los que no precisamente— Graceland puede ser decepcionante. No es tan magnífica como se ve en las fotos o como cualquiera imagina o supone de lejos, sin verla. Para los estándares de hoy —y también incluso durante la vida de Elvis—, está muy lejos de ser la casa que las estrellas del rock tienen o han tenido en los últimos 30 años. No es tan grande… ni se siente tan grande. Ya dentro, puede resultar hasta claustrofóbica por tres razones: por lo pequeño en general de las cámaras, por lo excesivo de la decoración y mobiliriario, y por oscura.

Elvis compró Graceland en 1957 en el peak de su fama a Ruth Brown-Moore, quien junto a su esposo construyó la mansión en 1939, en los 13.8 acres de la original finca Graceland, perteneciente al tío de Ruth, y quien fuese el acaudalado S.C. Toof, dueño de la imprenta que imprimía el periódico local Memphis Daily Appeal. La extensión de terreno fue bautizada así por Toof, para celebrar a su hija Grace.

La casa, de 10 mil pies cuadrados, poseía 23 habitaciones. Una vez adquirida por Elvis, éste amplió su planta a 17,552 pies cuadrados.

Elvis le había encargado a sus padres que buscaran una mansión a donde mudarse y les extendió un presupuesto de $100 mil dólares.

Según la realtor Virginia Grant, el sábado 17 de marzo de 1957, recibió una llamada de la madre de Elvis para que le mostrara alguna casa en venta. Le enseñó sólo dos; la segunda fue Graceland, adonde llevó a los padres de la estrella alrededor de las 6:00pm y les pidió $90 mil para sobrevolar la oferta de $35 mil que la YMCA había propuesto y con cuya cifra la venta se iba a cerrar. El valor de mercado de Graceland entonces era de $40,000.

Inmediatamente, Grant recibió mil dólares por parte de los Presleys, y el desglose total del precio se dividió más tarde en $10 mil de depósito al contado, $55 mil de la otra casa de Elvis en intercambio, y una hipoteca de $37 mil. En realidad, estas cifras suman $102 mil, todo ello con el propósito de alejarse más y más de la apuesta de YMCA. Sólo días después, en abril, Elvis sus padres y su abuela, se mudaron a Graceland.

A unas 10 millas del downtown de Memphis, en 1957 el inmueble estaba en las afueras de la ciudad en la Highway 51 South —hoy Elvis Presley Boulevard y el número de la casa es 3764—, pero con el ulterior crecimiento de la ciudad, hoy se encuentra en medio de la urbe. Había sido construida en el año citado arriba por la firma de arquitectos Furbringer & Ehrman, cuyo estilo fue nombrado por la oficina como Classical Revival, pero en realidad es georgiano colonial.

En cuanto Elvis se mudó, como todo nuevo propietario comenzó a hacerle cambios, el primero de ellos la célebre 'verja musical', de dos hojas, que un herrero ejecutó a idea del cliente, y que fue instalanda tan pronto como el 22 de abril.

Para 1977, cuando Elvis murió allí, Graceland era bien distinta —sobre todo interiormente— a la adquirida 20 años antes, que esos fueron la cantidad de ellos que él la habitó.

Muchos de los cambios ejecutados se hicieron cuando Elvis estaba de gira —supervisados por su padre según especificaciones del artista— y en su estancia como sargento del Army.

Sin embargo, lo que nunca cambió fue el nombre de Graceland.

La madre de Elvis fue quien menos la vivió. Con 46 años de edad, Gladys Love Smith Presley, murió el 14 de agosto de 1958, a consecuencia de un ataque al corazón que le provocó una hepatitis aguda. Y el propio Elvis inicialmente tampoco pudo disfrutarla mucho porque ese año fue llamado al Servicio Militar, que hizo en Alemania —regresó en 1960—, donde conoció a Priscilla Beaulieu, que luego fue su esposa. Priscilla fue otra de las inquilinas de Graceland hasta 1972 en que la abandonó tras el divorcio.

En Graceland nació Lisa Marie el 1ro de febrero de 1968, pero como al morir su padre ella tenía 11 años, fue su abuelo paterno quien la heredó para administrarla. Pero Vernon Presley falleció en 1979.

Entonces la casa entró en dificultades: se debían los impuestos, mantenerla exigía unos $500 mil dólares anuales… y Elvis dejó una cuenta de ahorros con $100 dólares —sí, $100 dólares— y la regular de banco con un millón.

A la larga la heredó Lisa Marie, pero en el 2005 vendió un 85% de ella.

El 7 de junio de 1991, Graceland fue añadida a la Lista de Sitios Históricos de Estados Unidos, y declarada Monumento Nacional el 27 de marzo del 2006. Como museo, fue abierta al público el 7 de junio de 1982, pero antes en 1978, alrededor de un año después de la muerte de la estrella, lo primero que fue expuesto a los visitantes fue el Jardín de la Meditación, un área externa en el ala a la derecha de la entrada, que Elvis utilizaba para reflexionar, y que fue convertido en cementerio donde están sepultados sus padres y él mismo, luego que por razones de seguridad sus restos fuesen trasladados allí tras un intento de robo de su cadáver del cementerio de Forest Hill.

El inmueble recibe cada año más de medio millón de turistas, y es la segunda mansión más visitada en los Estados Unidos, después de la Casa Blanca. En el 2006, el entonces presidente George W. Bush llevó allí a su homólogo japonés Junichiro Koizumi, quien llegó luciendo las célebres gafas cromadas de Elvis.

Pero no es cierto que el dictador soviético Nikita Krushchev la visitara, a pesar de que durante una estancia de éste en los Estados Unidos para una comparecencia en la ONU, Elvis dijera que le habría gustado que lo hiciera para que —textual— “viera cómo aquí una persona comienza de nada y termina bien”.

Para visitar Graceland, se compran los boletos enfrente, donde se halla el museo de los automóviles del astro, el Elvis Presley Automobile Museum, que merece un review aparte.

El museo, que exhibe su colección de Cadillacs, su marca de coches predilecta, acoge dentro el célebre Cadillac rosado de Elvis, que de cuando en cuando es sacado de allí para estacionarlo frente a la mansión y tomar una foto promocional de Graceland, como la encabeza este reportaje..

En un aparte del estacionamiento del museo, se exhiben sus aviones privados, un cuatrirreactor Convair 880 llamado Lisa Marie, y el jet ejecutivo más pequeño para salidas cortas, un Lockheed JetStar, bautizado Hound Dog (foto inmediatamente debajo):

La matrícula del Convair es N880EP (la letra N inicial es la de rigor de toda aeronave registrada en los Estados Unidos; el número 880 coincide con el modelo del avión y, finalmente, EP son las iniciales del artista). El aparato fue comprado de uso a Delta Airlines el 17 de abril de 1975 por la suma de $250 mil dólares.

Ambos aviones ostentan en la cola el críptico emblema de la silueta del rayo corononado por la sigla TCB, que significa Takin’ Care of Business, “Cuidando el Negocio”. Takin' Care of Business (o TCB) fue el nombre con que Presley bautizó a su banda, y se inspira en la canción homónima de la banda de rock canadiense BTO (Bachman-Turner Overdrive).

Muchos invitados a volar con Elvis luego se quejaban que la experiencia de vuelo no fue agradable porque la mayoría de las ventanillas del avión habían sido cubiertas. Nunca fue revelado si en realidad era así, pero se rumoreaba que Elvis padecía de agorafobia —miedo a las alturas— y de vértigo, y que por eso ordenó tapiar las ventanas de la aeronave. Pero en realidad la razón es otra como hallaremos después. Y también, como una versión volante de Gradeland, la decoración del avión era tacky, como igualmente veremos más adelante.

Los visitantes pueden comprar los tickets para ver Graceland en tres paquetes distintos, con precios según la extensión del tour dentro de la casa. Uno de ellos incluye la visita al museo de los coches de Elvis, y entrar a los aviones. Los que deseen no apoyarse en guías privados pueden escuchar la descripción de la mansión vía auriculares conectados a un aparato de audio que ofrece la grabación con los detalles, en algunos idioma según la elección del turista.

Aunque las oficinas de reservación están frente a Graceland, para evitar accidentes con los peatones y hacer el tráfico fluido y seguro, los visitantes abordan un minibus cuyo propósito es cruzar la calle.

Graceland tiene tres niveles: el que está a la altura del piso, conocido como la primera planta; el sótano, y la planta alta. A esta última donde se encuentra el dormitorio de Elvis y el baño en que murió el 16 de agosto de 1977, por respeto a su memoria el público no tiene acceso,

Sin embargo, sí se accede a los otros dos niveles y al patio, desde donde se puede apreciar la extensión de los casi 14 acres de terreno de la mansión (13.8 para ser precisos).

La casa de Elvis, congelada en el tiempo, es todo un documento de época, una instantánea de cómo vivía un millonario en la década de los 70. Un millonario… con mal gusto.

“La casa no vale un real”, escribió casi con alevosía el periodista Albert Goldman, un juicio que merece ser descalificado porque aparece en la biografía de su autoría —“Elvis”—, que contrariamente a las que generalmente se escriben de las estrellas y que celebran su existencia, en la de Goldman, de muy mala leche, se trasluce fácilmente su animadversión hacia el Rey del Rock. Se trata de ua especie de prontuario de defectos más que de las virtudes del hijo dilecto de América. Empero en su juicio sobre la casa el biógrafo —que después trituró por igual a John Lennon—, probablemente lleva razón.

Para los baby boomers que fueron jóvenes en la década de los 70 y que por eso todavía les parece que ésta pasó ayer y que aún tiene estéticamente cierta vigencia… una visita a Graceland les desinfla tal idealización. Los 70 parecen en la casa de Elvis remotos, y tan viejos y empolvados ya como cualquier otra década pasada.

Como los 70 fueron la década de las alfombras, Graceland las tiene no sólo en el suelo, sino en la paredes y hasta en el techo a veces. Toda una orgía de ellas. Y son de aquellas que ni siquiera quienes todavía las usan hoy las emplearían en su casa: bien tupidas, de las que se llaman de “pelo alto”. Elvis debe haber gastado un dineral en la operación y debió haber sido la envidia de sus vecinos entonces por este detalle.

Cuando se tiene mal gusto y además mucho, mucho dinero, los resultados pueden alcanzar la aterradora categoría de tragedia estética.

La planta baja es la que más ofrece al visitante y la que más se puede recorrer.

Tiene a la derecha la sala, con un vano decorado con dos cursis vitrales simétricos cuyo motivo es un pavo real.

La sala se mantiene casi exacta a como fue en los días de la compra de la casa a finales de los 50. Este era el salón favorito de la madre de Elvis, y tras su muerte casi nunca más se usó. Todavía está allí el primer televisor en blanco y negro, de válvulas, que la familia Presley veía todas las noches.

A la izquierda está el comedor, probablemente la estancia más agradable de la casa, y la que menos ha envejecido. Tolerable, tolerable. Se le contempla, y se puede imaginar a los Presley cenando ahí.
En este piso se encuentra, hacia atrás, el salón más importante de la mansión, el Jungle Room, posiblemente la pieza más concurrida de la mansión cuya decoración hace honor a su nombre, la jungla.

En realidad, la familia le llamaba lo que era, the den. Pero una vez convertida la casa en museo, fue el público el que comenzó a referir el espacio como The Jungle Room.

Con una alfombra verde intenso que simulaba césped, aquí el cantante solía hanguear con la llamada Mafia de Elvis, y componer y ensayar muchas de su canciones. A pesar de sus ventanas al exterior se trata de otra habitación oscura —ése es el tono general de la casa; únicamente la sala y el comedor son recintos con luz.

Y aquí hallamos la razón de las ventanas tapiadas del jet: Elvis odiaba la luz del día y pretendía vivir en una perenne noche.

El mobiliario es de aparente sabor africano, pero en realidad tiene espíritu polinesio y hawaiano, un estilo del que Elvis quedó prendado tras la filmación de Blue Hawaii. Los compró de un tirón en 1974 en apenas 30 minutos en una mueblería local.

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En el sótano, hay algunas cámaras interesantes que el turista puede apreciar. Se llega a él por medio de una estrecha escalera (plano inmediatamente debajo):

Una cámara importante es el salón de la TV, sicodélicamente decorado en amarillo, ¡con tres televisores! —uno junto al otro, todo un lujo para un ciudadano de 1977— a través de los cuales Elvis contemplaba simultáneamente varios canales. Aquí el artista pasaba horas y horas en este recinto sin ventanas.

Presley era un hombre casero, que no salía de su morada durante semanas, y a veces meses, y parecía sentirse muy a gusto como una especie de prisionero a domicilio. Sus salidas estaban relacionadas más con el rodaje de películas —filmó 33–, que con conciertos.

El sótano de Graceland —acaso como todos ellos— da la impresión de que se ha accedido a un bunker en el que el Rey del Rock se refugiaba del mundo de afuera.

Observadores apuntan que su estadía en Graceland era paralela al aumento de su sobrepeso, que en realidad desarrolló en muy poco tiempo y al final de su vida, al revés de los que la genta cree. Elvis engordó en apenas un par de años, los últimos antes de su deceso. Cuando dio su concierto Aloha Hawaii en 1973, que se transmitió mundialmente por satélite, tenía un peso perfecto y lucía espectacularmente bien.

El TV tiene techo de espejo, y éste es otro componente bastante repetido en la decoración de Graceland, por doquier compitiendo con las alfombras. Very, very seventies…

Este salón, que a su vez tiene otro aliento, está más en conexión con el rutilante look de Las Vegas que a todas luces Elvis adoraba, en contraposición con el típico de Hawaii, haciendo de Graceland un pastiche de estilos irreconciliables.

A la izquierda de la escalera, el otro salón a citar es el del billar.

El resto de la casa se disuelve en galerías que exhiben el vestuario de Elvis, premios, y otras posesiones del artista.

Si el visitante dispone de tiempo, para completar una visión de la vida de Elvis, debe ir en su automóvil —si ha llegado aquí por sus propios medios— hasta Tupelo, en el vecino Mississippi —el viaje no es largo—, la ciudad natal de Elvis y visitar su primera casa. Es también un museo, aunque no abierto al público.
Restaurada primorosamente, la edificó su padre a partir de un kit, y es lo que se llamaba un shotgun home, o sea, una “casa de tiro de escopeta”, típica de las barriadas humildes del Sur norteamericano. De planta rectangular y divisiones habitacionales en secuencia, deben su nombre a que gracias a su estructura si alguien hace un disparo en la puerta de entrada, la bala sale expedita por la trasera sin impactar nada.
Pero antes de ir hasta allá, debe cruzar la avenida de nuevo y ver el museo de los autos de Elvis, y los aviones de la superestrella, ambas cosas ya mencionadas.

Estar en Memphis y no visitar la casa de Elvis Presley es una falta imperdonable. De hecho, la ciudad no tiene, turísticamente hablando, mucho más que ofrecer. Pero ver de primera mano dónde y cómo vivía una de las figuras cimeras de la música popular del siglo XX y, sin duda, el ícono más alto de la cultura de masas norteamericana, es una experiencia recompensadora que todo el mundo, y en especial quien vive en Estados Unidos debe colocar en su lista de prioridades. Entrar allí ofrece la oportunidad única de sentir en la piel que se está bajo el mismo techo en que se escuchó al King entonar a modo de ensayo My Way y memorizar frases que luego diría en Viva Las Vegas. Sólo en Graceland...

 
A continuación más fotos del recorrido por la mansión del Rey del Rock and Roll.
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