Publicado en la sección DISCOPINIÓN
de corte editorial de la revista
Mercado del Disco en el año 2001

La verdadera crisis del disco: DESAPARECE el sentimiento de COLECCIÓN

por PEPE FORTE (Por entonces Director de la citada publicación)

Acaba de concluir la más reciente edición de los Premios Billboard a la Música Latina, y en una de las conferencias del evento volvieron a sentar en el banquillo de los acusados a la piratería de discos. Ello me recuerda la historia de la esposa que llegó a casa y se encontró a su marido haciéndole el amor a la vecina sobre el sofá de la sala. La agraviada mujer lanzó por la ventana al... ¿marido infiel y a la amante? No, ¡al sofá!

Culpar a la piratería como el gran mal de la actual crisis de la industria discográfica es —para mí— como botar el sofá. El Armagedón de la industria discográfica aparentan serlo la existencia de bandejas cibernéticas como Napster primero, y ahora Kazaa —los servicios de downloading o descarga gratuita de música de Internet—, pero no porque sean free, sino porque están matando el sentimiento de colección de discos entre los consumidores de la sociedad contemporánea.

Como por más de 30 años a la industria y al mercado les fue súper, nos hicimos la errada idea de que aquella furia de comprar 12 pulgadas de música sería imperecedera. No. Para los baby-boomers de la primera camada, el rey de los discos era el 45 r.p.m. o Standard Play. De fortyfives se hicieron las carreras de Elvis Presley, Frankie Avalon, Paul Anka y los ídolos pioneros de Motown. Era un mundo de singles, no de Long Playings... hasta que con The Beatles comienza a cambiar el panorama. Ya para 1971 el LP había usurpado el trono al SP. Los consumidores no comprarían Tapestry de Carole King sólo por It’s Too Late; querían el disco entero —todo, como el cake, y right now, por si fuera poco—. Además, se disfrutaba el diseño, las fotos, las letras impresas... y hasta su olor (¡los CD’s no huelen!). Qué pena, Ahora, las canciones "bajadas" de la Internet no sólo están detached de la placa original —algunas ni siquiera pertenecen a ninguna—, sino que vienen como la muñequita de papel recortado: desnudas, como antes de ponerle cualquier muda.

Y lo mejor de todo en aquella época era que se esperaba con ansias el próximo disco.

La piratería —que parece que tiene su lado bueno; "es publicidad free", me dijo una vez Ana Gabriel en una entrevista—, aunque sin duda encarna un mal, palidece ante el desánimo presente.

Así, me miro a mí mismo —aunque no me alabo como Walt Whitman—: hace años compré Toys in the Attic, de Aerosmith, con el mismo entusiasmo con que compré Just Push Play, el disco de studio más reciente de la banda —más allá de que no llenara mis expectativas—. But it’s over, baby. A la más joven generación, que respira inmediatez y padece A.D.D. —no llore—, sólo le interesan los hits desechables y gratis. Mi hijo, de 14 años, anda pa'rriba y pa'bajo con un cartapazo repleto de CD-R's que 'quema' en su computadora, los identifica garrapateándolos con un marker indeleble y le importa tres pepinos si se le extravió el disco con las canciones de Ja Rule —¡bah!, mañana lo 'baja' otra vez de la Inter, o si simplemente ya no le interesa más, lo olvida y lo reemplaza por otro—. Es un infinito ciclo de descartes. Qué rayos cuenta el rostro del cantante, ni la carátuladel disco. Sólo el efihit, que es el apócope inventado por este servidor para "éxito efímero".

Tan sólo estas tres portadas* —obviando el contenido musical—, convocaban a comprar estos discos... y coleccionarlos para toda la vida.
 

Hoy, todo se vuelve artistas-orgasmo —Ricky Martin y Livin' la Vida Loca—, y hits de alto octanaje. ¿Cómo, de 'alto octanaje', dije? Sí, no porque sean potentes, sino porque son volátiles. Como “La Bomba” y “El Gato Volador”, cuyos intérpretes nadie recordará —y acaso ni la propia canción— cuando sean sustituídos por la próxima snappy tune o el intérprete de turno. (Mientras, Dark Side of the Moon, de Pink Floyd, de 1973, contabiliza hasta la fecha más de mil semanas consecutivas en el Top 100 de Billboard).

So, ¿por qué no tratar de restablecer el sentimiento de colección con su probado pay-off a largo plazo? Well, no es cosa que se gobierne por hilos como la marioneta. Mas si no es posible reconstruirlo, entonces hay que buscar nuevas fórmulas para hacer negocio. Te cuento otra historia: ¿Conoce la del tipo que en Hungría a finales del siglo XIX fabricaba velas? Cuando más próspero estaba este señor con su fabriquita de luz, se le apareció Thomas Alba Edison con una bombilla en mano (a los efectos actuales, algo así para sus efectos como el CD burner o Kazaa, ¿comprende?). ¿Se fueron las velas a la porra? Sí, claro —bueno, se quedaron de adorno y para los ¿adivina?, VELOrios—. Pero aquel hombre no se suicidó. Simplemente se puso también a fabricar bombillas y así nació Tungsram, una de la industrias de bulbos eléctricos más grandes del mundo.

Moraleja: que los tiempos cambian, y si la industria discográfica no cambia con los tiempos, perecerá. Los CD's son las velas del siglo XXI. Acaso las discográficas deberían vender digitalmente su música añadiéndole una carnada —un bonus— que resulte más atractiva que la obtención gratuita de aquella canción. Pero no me corresponde —que no para eso me pagan— devanarme los sesos intentando inventar algo para recuperar el sentimiento de colección que se deslíe por segundos. La otra solución para la atribulada industria —no la recomiendo— es que los ejecutivos de las discográficas compren una Derringer en la casa de empeño más cercana y se pongan a jugar a la ruleta rusa sentados en su buró en el décimo-no-sé-cuál piso de la primorosamente acristalada oficina con vista al downtown de la ciudad. Digo yo, no sé...

*La última de abajo en realidad es la contraportada del disco She's So Unusual, de Cindy Lauper.