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El inevitable claroscuro
de FORMELL

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA
que se transmite cada sábado de 12:00pm a 1:00pm ET
por WQBA 1140 AM, y de EL ATICO DE PEPE,
de lunes a viernes de 5:00pm a 7:00pm ET, por WAQI 710 AM,
en Miami, Florida, ambas emisoras de UNIVISION AMERICA

Posted on May 2/2014


Alrededor de las 10 de la noche del 1ro. de mayo del 2014 me enteré por las noticias de la muerte de Juan Formell.

Rara vez levanto la mano para dejarla caer con fuerza sobre los teclados identificados con caracteres para escribir severa y amargamente contra alguna personalidad. Pero lo he hecho, y una de las “víctimas” fue Juan Formell.

Debo admitir que se trató de una diatriba punzante. Cuando la mortificación, la ofensa, la rabia y el desconcierto se juntan, (me) generan descargas así. ¿Que estoy haciendo una apología de mí mismo? ¡Pues claro que sí!, pero que nadie la interprete como un arrepentimiento, por favor. Lo escrito, escrito quedará…

Ello ocurrió cuando se anunció que Formell y su orquesta Los Van Van se presentarían en el James L. Knight Center de Miami, en La Florida, el domingo 31 de enero del año 2010. Quien ahora lee, puede acceder a ese artículo en este mismo website, de presionar justo sobre esta línea.

Posteriormente, a la sombra de otro anuncio de una segunda visita a la capital del exilio cubano de banda y director el 24 de septiembre del 2011 para presentarse en el Club Aché en la Calle 8 y la 36 Avenida de la sagüecera, volví a la carga. Ese escrito también puede consultarlo el lector si hace click aquí.

Si conduzco a ambas andanadas a quien lee en este instante, es para ahorrarme tener que repetir aquí sus argumentos o volver a disparar sus municiones… y para advertir que este de ahora es mi tercer cañonazo.

El caso es que con la muerte de Juan Formell, se dibuja la misma circunstancia —salvando las distancias que cada género y la proyección universal del artista imponen— que planteó la reciente de García Márquez; esto es, la batalla entre talento y persona, y entre obra y pose personal, de cualquier índole. Con el autor de Cien Años de Soledad hice lo mismo…

Formell, cuyo nombre completo es Juan Climaco Formell Cortina, es habanero de nacimiento (2 de agosto de 1942). Tenía 71 años al morir (aparentemente venía arrastrando un problema hepático que es el que le mató).

No está claro si su instrucción musical es formalmente académica, pero definitivamente sí recibió clases de maestros. Del ejercicio de su carrera profesional como músico podría citarse como el arranque su participación en la banda de La PNR (la Policía Nacional Revolucionaria) al principio de la Revolución. Luego, al continuar hurgando en su trayectoria, se le halla moviéndose tenuemente en varios conjuntos y en torno a músicos cubanos importantes en la década de los 60, hasta que integra la orquesta del maestro Elio Revé. Este punto podría ser considerado su despegue.

Y de ahí es que en 1969 funda su propia agrupación, Los Van Van, de la que fue su director. De ese momento, para explicarlo, traemos este párrafo extraído del artículo sobre Formell que escribiéramos hace 5 años y al que ya hicimos alusión:

Luego de separarse de la orquesta del maestro Elio Revé, Formell fundó el Changüí y, al borde de 1970, creó Los Van Van, cuyas primeras presentaciones tuvieron lugar en En Vivo, un programa meridiano de lunes a viernes en la televisión cubana que animaba Germán Pinelli. La orquesta se llamó Los Van Van en un acto de suprema lisonja a uno de los fracasos personales más grandes de Castro, la Zafra de los Diez Millones, que pretendía producir la aberrantemente inalcanzable cifra de 10 millones de toneladas de azúcar. Dos de las frases oficiales de la propaganda gubernamental para la campaña rezaban, “palabra de cubano: los diez millones van”, y “de que van, van”. Como era costumbre en los combos de la época, el tom-tom de la batería de la orquesta decía “Los Van Van”, acompañado del dibujo de unas cañas de azúcar. Formell y su orquesta cantaban una canción oda a los Diez Millones, cuyo estribillo repetía, ‘van, van, yo sé que van, van...’

Bajista, Formell —¿por qué negarlo?— fue un músico talentoso. Cantante y compositor además, la orquesta que fundó tiene peso y cariz propio en los capítulos más contemporáneos de la evolución de la música popular cubana. Pero antes de seguir citando sus aciertos, primero hay que decir que la década de los ’60, la más vibrante y trascendente del siglo XX, en Cuba sin embargo, de la mano de Fidel Castro, representó el medioevo de la nación, y la música no escapó a sus tinieblas. La industria y el mercado discográficos cubanos prácticamente desaparecieron después de 1959, y la radio —una de sus más importantes cajas de resonancia— se empobreció. En ese esquema, por alguna razón inexplicable —acaso por el éxodo de figuras capitales del género que nos ocupa, como Celia Cruz y la Sonora Matancera por citar un solo caso—, la tradicional cuerda de vientos de la charanga o la orquesta sonera cubana, de trombón y trompeta, se extinguió (los cubanos volvieron a descubrir esto cuando Oscar de León se presentó en La Habana con motivo del Festival Internacional de la Canción de Varadero en octubre de 1983).

Para colmo de males, entidades musicales puertorriqueñas como El Gran Combo y Fania, ponen de moda en New York esa estructura y su ritmo bajo un nuevo nombre, Salsa, que no es más que la auténtica y originaria guaracha de Cuba.

Por otro lado, con el furor mundial que produjeron el pop y el rock en esos años, los jóvenes cubanos que no tenían acceso a los discos de la especie, en respuesta reaccionaron contra la música popular cubana, dándole la espalda y hasta odiándola por “chea” (un vulgarismo por ‘cursi’).

O bien la orquesta de Formell se separó del más genuino sabor de la música cubana por estas razones y lo hizo cuasi de un modo natural e inconsciente, o bien él (Formell) que era joven por entonces, desarrolló deliberadamente una arquitectura de sonido distinta para Los Van Van.

En su novel receta, Formell incorporó violines eléctricos, él mismo no tocó el contrabajo como mandaba Dios, sino un bajo eléctrico al mejor estilo beatleriano, asumió una nueva modalidad de flauta (sustituyó la de cinco llaves, típica de las charangas cubanas, por la de sistema), un teclado tipo órgano u organeta, y una estructura de vientos metales sin precedentes, además de arreglos vocales de armonía de cuarteto (las típicas orquestas cubanas tenían dos voces o tres). ¿Resultado? Que los Van Van sonaban distinto.

En algún modo Los Van Van, sin proponérselo, y quizás sin que nadie siquiera hoy se dé cuenta, se convirtieron en la orquesta de música bailable más importante de Cuba —y posiblemente lo sea todavía en el presente—, no solamente por su extenso repertorio, sino por mantenerse activa por 40 años. Los Van Van, bien mirado, fueron como el relevo de la orquesta Aragón y, a riesgo de una comparación innoble o disparatada, son como Los Rolling Stones del son cubano, porque como éstos en medio siglo, han sabido reciclarse y conquistar por lo menos a dos generaciones de bailadores del país. Los Van Van han sobrevivido a orquestas contemporáneas con su fundación, y a otras que incluso vinieron después, como NG La Banda, hoy difuntas.

Sus hits se cuentan por decenas: Marilú; Yuya Martínez; La Compota de Palo; Pastorita Tiene Guararey; La Barbacoa; La Habana No Aguanta Más; Qué Pena Si Yo No Soy de La Gran Escena; La Titimanía; Hey, Felicítame; Dale Calabaza; Eso que Anda; Seis Semanas; El Negro No Tiene Ná...

Musicólogos (y él mismo), dieron en llamar al ritmo de Los Van Van como Songo. Por otra parte, Los Van Van lograron fama internacional, y su orquesta ha tenido excelentes músicos en su nomina, muchos de ellos de conservatorio.

Mas como ocurrió con nuestro juicio sobre Gabriel García Márquez, al morir Formell —aunque no era necesario que ocurriese para este opinión—, el músico se revela en igual condición mercurial, lleno de contrastes.

Por un lado, como en el escritor, sus talentos y capacidades caen en la zona de luz, pero en la de las sombras nos topamos con su adhesión a la tiranía más larga de la historia del continente. Peor aún, su defensa en un modo muy agresivo. Y esto, por cierto, no decorará su recuerdo.

Formell, a menudo torpe al expresarse, nunca tuvo tacto —o no le importaba tenerlo— para defender sus posiciones políticas, de las que reconocemos todo su derecho a tenerlas. En su modo de plantearlas públicamente siempre fue despótico, y murió sin la más mínima intención de limar asperezas ni afán conciliador con sus antagonistas. Ahí está el registro de audio y de video cuando al concluír el controversial concierto de Juanes en La Habana dijo en una manera bien áspera que éste se había materializado aunque tal no hubiese sido del gusto de muchos. En Cuba, a eso le dicen puya…

Y en sus reiteradas vistas a Miami fue siempre descortés con la prensa que lo abordó, al punto de maltratar con arrogancia a quien le abordaba. Pero la arista más fea de Formell es su carencia de ética, característica de los años de pátina contaminante con que la dictadura del Caribe ha logrado barnizar de amoralidad a algunos sus gobernados.

Después de haber vivido bajo un sistema que desterró, vituperó, denostó, y descalificó por décadas las estructuras capitalistas del comercio de la música y su sistema de reconocimientos—Premios Grammy incluidos—, él, cuando al igual que otros músicos comprometidos con la tiranía descubrió que todo ello le resultaba beneficioso y lucrativo, ¡ah, pues bienvenido sea entonces!, y no dudó ni un segundo en abrazarlo y aceptarlo. No se puede pretender ser honrado, ético, honesto, moral, íntegro o decente cuando, por pura conveniencia, se vira entusiasta uno a lo que explícitamente ha rechazado y criticado. Cuando se aceptan favores o se disfruta de prebendas de quien se odia o se desprecia, se falta al honor.

Así pues Formell, que en términos existenciales viene de otra época, concluyó su vida actuando como ‘el hombre nuevo’ de la ingeniería social del guerrillero patético, el Ché Guevara.

Formell pertenece a esa casta de los que se desgañitaba contra el imperialismo en las marchas frente a la sede diplomática norteamericana en La Habana o las apoya desde la distancia... para tomar un avión la mañana siguiente rumbo a Estados Unidos a llenarse los dólares de bolsillos en un conciertito en cualquiera de las ciudades del cacareado archienemigo de la Revolución. Por eso es que se hizo cómplice del ostracismo oficialista cubano cuando, por ejemplo, cantantes importantes del pasado de su banda como Lele (Miguel Ángel Rasalps); Israel (Sardiñas) Kantor o Pedrito Calvo, por motivos ideológicos o profesionales abandonaron a Los Van Van o se “quedaron” fuera de Cuba. Esos nombres, como si nunca hubiesen existido en su vida y carrera, desaparecieron de su labios, y bendijo con su silencio el modo estalinista que practica la tiranía de La Habana de sepultar incluso la identidad de quienes disienten de sus presupuestos.

Estos argumentos los expresó verbalmente el autor de este artículo en la noche del viernes 2 de mayo en el programa A MANO LIMPIA que conduce el periodista Félix Guillermo a las 9:00 PM por TeVeo Canal 82 de Miami, invitado a comentar la muerte de Juan Formell.

Pero resulta que ahora, incluso en pleno Miami, varias voces han reivindicado la memoria política de Formell, afirmando que él nunca fue “revolucionario” o comunista, ni un favorecido material del sistema. Entonces Formell, en vez de haber sido agraciado con un Grammy, lo que merecía era un Oscar por fingir con tanto entusiasmo lo que no sentía.

Lo único que indulta a Formell en el aspecto político es que su repertorio no lo es; fue más bien fue un cronista de la Cuba de los últimos 50 años. Pero por otra parte hay que criticarle el hecho de que, penosamente, muchas de las carencias y penurias del cubano de las última cinco décadas, él las descaracterizó a través del típico choteo cubano que tan bien describió Mañach, un innombrable en La Isla. De modo que en sus canciones, la tragedia de la vivienda en el país, podía hasta ser divertida, qué caray…

Claro que cada músico y cada género tiene su función y su estilo. Formell no tiene que ser Mozart y viceversa. La música bailable no tiene que ser profunda o poética, y no por ello deja de ser buena, aunque la letra de las canciones de ese tipo sean simples. Pero en una sociedad como la cubana del siglo XXI, que en los últimos tiempos ha venido relajándose moralmente hasta llegar a lo preocupante, Juan Formell y Los Van Van y su música, han sido padrinos de su vulgarización.

Formell y Los Van Van, política aparte, están conectados con una era en Cuba y de Cuba. Entendemos que son un sonido generacional, el sonido generacional (su sonido generacional), de quienes crecieron con sus canciones, y en torno a las cuales orbitaron y orbitan. Y hasta fuera de Cuba también: incluso para una parte de los cubanos que viven en Miami, Formell y Los Van Van están en su inventario cultural y lo han arrastrado a este lado del Estrecho de la Florida, desde el que escribimos. Como ciudadanos del mundo libre tienen su derecho de seguir consumiendo su música en ultramar y hasta de acudir a los conciertos de la banda cuando ésta visita el corazón diáspora en EEUU. Pero otra parte no (a este grupo pertenece este autor); otra parte no tiene nostalgias de La Sandunguera ni se le mueven los pies cuando la orquesta toca El Buey Cansao.

Este grupo es una realidad, no son precisamente cuatro gatos, y le asiste el mismo derecho a su escogencia que a la otra parte. Son muchos, y se mortifican cuando ven que el llamado intercambio cultural tiene una sola senda, que permite a Los Van Van tocar en La Pequeña Habana, mientras que los músicos exiliados no pueden hacerlo en La Gran Habana. Este grupo, aunque sus detractores digan lo contrario, no mezcla el arte con la política. Simplemente lo que hace es reaccionar a la proyección ideológica original, que nace de artistas como Juan Formell, que son lo primeros en la movida Peón-4-Rey en ese tablero de arte = política con sus declaraciones, poses y actitudes. Este grupo lo que luego hace es replicar a la jugada con las fichas negras, pero no fue el que dio la primera nota.

Los más furibundos partidarios de Formell el músico, que quieren exonerarlo de penas políticas, no deben ignorar que aunque es legítimo —y hasta saludable—hacerlo, separar obra de autor desde que la Revolución de Octubre de 1917 parió la epidemia del comunismo, dolorosamente, eso a veces no es posible. No es posible separar al Mayakovski ciudadano de la sopa bolchevique aunque del poeta acaso sí, y lo mismo pasa con Pasternak. Aparentemente, hay demasiado puré de tomate en la casaca de Juan Formell —que él mismo se volteó encima—, y la decantación sería sólo cosa de lavandería profesional.

Por eso, aunque reconozcamos —de nuevo— el lugar que tiene Juan Formell en el pentagrama cubano, no podemos evitar ver su claroscuro, ni ignorar su lado de penumbras, con el que se ha marchado al otro mundo por haber sido hasta el instante de su fallecimiento un diáfano cabildero de un capítulo de la historia de La Isla que la historia no absolverá. Chirrín chirrán…