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A 10 años del caso ELIAN GONZALEZ

El exilio cubano de Miami tenía razón: Elián Gonzalez ha sido utilizado ampliamente como ficha de propaganda política castrista.

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com

Posted on Nov.25/2009

Mi madre estaba convaleciente de una cirugía de corazón abierto. Mi hermano y yo arreglamos alternar la compañía en las noches, en su casa, en caso de una recaída. Mi padre, que por entonces vivía, estaba en los albores de dos males a falta de uno, el de Parkinson y el de Alzheimer, y por tanto incapacitado para cuidar a mi madre. El “viejo”, que ya lo estaba, había comenzado a manifestar esas exigencias de la senectud que intolerantemente llamamos “majaderías”, y en el inventario de éstas, anotaban sus constantes quejas de frío, por lo que… ¿aire acondicionado?, no, mejor apagado.

Por eso en la madrugada del 22 de abril del 2000, yo me revolvía de calor en el sofá cama en la sala de la casa de mis padres —mi madre dormía temporalmente en tanto se recuperaba, sola, en el que había sido mi cuarto—, así que decidí abrir las ventanas para lograr la brisa en aquel townhouse en la planta alta, en el centro de Miami. Así, en la madrugada sentí a aquel auto frenar repentinamente en frente y, al decir de Kafka, que en las tragedias no hay portazos, bajar del vehículo su dueño con una urgencia que dejó la puerta del coche abierta tras de sí, y gritarle a su familia desde el umbral, justo debajo de mí, ¡¡¡se están llevando a Elián… se están llevando a Elián!!!

Con la presteza del duelista agarré el remoto del televisor y lo oprimí, para alcanzar a ver a los marshalls saliendo de la casita de La Pequeña Habana con Elián, para llevárselo a Castro de vuelta a Cuba.

“¡¡¡Se están llevando a Elián!!!”

La voz de mi vecino perfilaba toda la angustia de a quien le están secuestrando un ser querido. Así me sentí en ese momento, porque para el exilio cubano de Miami, Elián era como un hijo común, de todos y cada uno.

Ese instante ha sido uno de los más amargos de mi vida, como si hubiese sufrido un gran dolor personal…

Y la foto Premio Pulitzer de Alan Díaz, con el oficial del SWAT apuntando a Donato Dalrymple y al niño aterrado...

Han pasado 10 años del hoy llamado fríamente Caso Elián. Elián González fue un niño balsero, de 5 años, hallado como milagroso superviviente de un naufragio en que murió en el mar su madre Elizabeth y otros acompañantes en la travesía clandestina en escape de Cuba hacia la libertad en Estados Unidos. Eso ocurrió el 25 de noviembre de 1999, justo el Día de Acción de Gracias. Era un jueves…

Inicialmente, el incidente en tanto que noticia ya rutinaria del fenómeno de los balseros —gente que escapa de Cuba en cualquier cosa que tenga la más mínima vocación por la flotabilidad en una suerte de naufragio por cuenta propia— acentuado en los 90, resonó por lo sorprendente. Un niñito sobre una recámara de neumático, flotando a la deriva, es hallado por pescadores cerca del litoral de la Florida. Así, con el tono del Believe or Not de Ripley, casi a lo National Enquirer, debió haber corrido el suceso en algún confín del mundo donde el asunto de Cuba es tan remoto, que perdió por el camino su ropaje político. Ahora —y como siempre—, la falta de memoria se convierte en aliada de la infamia y desdibuja la verdadera historia, apoyándose en el argumento de una legitimidad apócrifa. El gobierno de Cuba guardó silencio sobre la tragedia oceánica el jueves… y el viernes… y el sábado… y el domingo. Todavía el lunes 29 de noviembre, irritado, el periodista Agustín Tamargo escribió un artículo en el que criticaba, con la pasión que le caracterizaba, la indolencia de los medios del regímen cubano. El martes, Castro reaccionó…

En la batalla por salvar al niño Elián del adoctrinamiento comunista e impedir que viviera bajo una dictadura, el exilio cubano estuvo otra vez solo. Cada vez que alguien alude, aún desde la lógica y las buenas intenciones, la legitimidad de la devolución de Elián a su padre, justo ahí abandona a los cubanos de Miami y no los comprende.

Fue el reclamo de Castro, manipulador, justamente lo que ilegitimiza su pataleta sofista, desbordante de subterfugios filiales y sentimentalistas. Por tanto fue una infamia devolver el chico a Cuba, y un disparate invocar la simple lógica de que el niño tenía que regresar a su papá. A Fidel Castro no le importaba el bienestar de Elián, ni defender el derecho que tiene un padre a la potestad de su hijo, especialmente en un caso como este en que murió la madre del menor. Castro, abominablemente inescrupuloso, urdió un campaña puramente política para manejar de nuevo a su antojo al abúlico gobierno de Bill Clinton —que ya había probado y medido con la crisis de los balseros en 1994 y el derribo de las avionetas de Hermanos al Recate en 1996— y encausar un desvío de la atención nacional sobre la crisis interna de Cuba.

Muchos pensaron —incluido este servidor— en los primeros momentos de la aparición de Elián, que lo correcto era retornarlo a su padre… hasta el preciso momento que Castro descaracterizó la nobleza del razonable empeño, con una solicitud —e insistimos de nuevo en el calificativo—, ilegítima.

Sí, ilegítima, decimos una vez más: En mayo de 1993 ocurrió un caso semejante, igualmente conmovedor, el de la madre balsera Raisa Teresa Santana, que murió por reservar el agua sólo a su hijo cuando la embarcación en que huyó de Cuba extravió el rumbo. Raisa murió por deshidratación, dejando a su hijo huérfano en Miami, mientras el padre del chico quedó en Cuba. Si Castro hubiese reclamado a ese niño y a otros que probablemente existen pero que se han ido por los agujeros negros de la prensa, el regreso de Elián habría sido legítimo.

Castro ganó. En su cóctel de triunfo hay dos ingredientes capitales: Juan Miguel, el padre de Elián, obtuso y pusilánime, y Bill Clinton, irresponsable y visceralmente —e inexplicablemente— anti-exilio cubano. ¿Janet Reno? Un peón de la administración de turno, con carácter desubicado.

Es triste tener la razón cuando de malos pronósticos se trata. Una década después, coincidiendo más o menos con su rescate de la mar, hemos visto a Elián en no sé que acto o marcha política —ni vale la pena precisar cuál—, como pieza de propaganda castrista, que fue lo que el exilio adelantó que iba a pasar y ha estado ocurriendo a lo largo de estos diez años. Elián, hoy a sus 16 años, aunque por un lado su presencia física en Cuba es un recordatorio oneroso de una batalla perdida en lo tangible, por otro lado es la dolorosa certificación de que el exilio cubano, aparentemente condenado a la eterna incomprensión, tenía y tiene razón.

Elián, un jovencito, caramba, allá ten years after… ¿habrán logrado “desprogramarlo” como dijo Ricardo Alarcón? ¿Existen en Cuba sicólogos tan aborreciblemente aptos como para convencer a un niño de 6 años que desayunar con jugo de naranjas y jugar con Mickey Mouse es malo?

 
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