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Por qué no acaban de ponerle a Castro la almohada sobre la cara

Las esperanzas de que en Cuba se desate una revuelta popular que ponga fin a la tiranía de más de 50 años, cada día más se convierte en una quimera. Pero aún hay otra realidad desconcertante: Nadie del círculo de poder se ha decidido a deshacerse del hombre que continúa frenando toda posibilidad de cambio en el país, como ocurrió con Stalin o Andrópov en la Unión Soviética, que fueron eliminados por la anilla más cercana cuando éstos se convirtieron en una piedra en el zapato para quienes querían desplazarse a una nueva casilla del juego.

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA, y de EL ATICO, diario, por WQBA 1140 AM,
en Miami, Florida, una emisora de Univisión Radio.

Posted on April 12/2011

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¿La del Encanto? Ésa es Puerto Rico. La Isla del Desencanto es Cuba. Es decir, la del desconcierto, de la desilusión y la desesperanza. Para récord Guiness de cabeza va por ser asiento de la dictadura más larga por lo menos de los últimos 100 años, mas de medio siglo con el mismo gobernante de facto, Fidel Castro, “el caballo”, paradójicamente cual jinete sobre ella y no bajo ella. Qué importa si como recientemente dijo, renunció a todos los cargos que a modo de la Santísima Trinidad ostentaba —no sólo los tres poderes, sino todos ellos—.

Castro sigue ahí, desde su senectud administrada de apariciones públicas impredecibles, diciendo y decidiendo, figurando, simulando, influyendo, anunciando, prometiendo, coaccionado. Y no ocurre nada. ¿Hasta cuándo? La pregunta es doble, o triple o múltiple: ¿Hasta cuándo vivirá… hasta cuándo tendrá las riendas en las manos… hasta cuándo seguirá dale que dale… hasta cuándo el pueblo de Cuba resistirá?

Ya parece que nunca veremos al pueblo de Cuba poner alto a un reality show con un villano importado de la peor de las telenovelas mexicanas, que ha estado en el aire más allá de los ratings sustentadores. A través de su fórmula de poder indudablemente infalible, una pócima —pésima— de miedo, ignorancia y represión, el pueblo de Cuba tiene que estar anestesiado, pues no hay modo de comprender su tolerancia, que rebasa la de la pobre Santa Rita de Casia. La segunda y tercera generaciones de la Revolución han transitado por toda crisis y han sido expuestas a cuanto olor provocador para la revuelta se pueda imaginar y… nada de nada. Nada parece ser el resorte que les haga saltar. Nada parece ser suficiente para hacerle inflamar. Cuándo y cómo únicamente reaccionan es a la posibilidad de marcharse del país cada vez que ésta, incluso someramente, se presenta.

Estas dos generaciones —porque la progenitora de la Revolución ha ido muriendo— parecen estar bajo un perenne cloroformo al que ya no le queda ni el aroma de la ideología, y son incapaces de avivarse ante ningún estimulo insurreccional. La lista de los detonadores —¡frustrados!— para el alzamiento, es larga e histórica: el encuentro con los familiares exilados en 1979; la invasión a la embajada de Perú en La Habana; el éxodo marítimo del Mariel; la Perestroika; el caso Ochoa; la caída del muro de Berlín; la desaparición de la Unión Soviética; el período especial; la crisis de los balseros de 1994; la dolarización del país; la presencia de un capitalismo que aún dosificado al antojo del gobierno ha acentuado visiblemente las diferencias sociales entre la población; el propio anuncio de la gravedad de Castro y, más recientemente, el levantamiento de los países árabes de la costa Norte de África.

Al’right, that's enough. Ya vemos que de la gente nada vendrá. Pero, ¿y desde las entrañas del propio gobierno? ¿Por qué no? Es que acaso… ¿tampoco?

Oh, God...

Este es el otro gran desconcierto: ¿Por qué precisamente su entourage no acaba de ponerte la almohada sobre la cara a Castro?

El Cuban affaire ha roto ya todo molde y pronóstico y se aparta incluso de los precedentes y la trayectoria del comunismo europeo que en un punto, cuando los gestores de una coyuntura generacional se dieron cuenta que el amo ya estorbaba para incluso un reciclaje del sistema dentro de los parámetros del propio sistema, cooperaron para eliminación. A Stalin lo dejaron agonizar tras la puerta, se rumoreó que a Andropov lo envenenaron, y a Ceaucescu y su mujer Elena no dudaron en meterles cuatro tiros en el patinejo aledaño al saloncito patético en que le celebraron un juicio relámpago en plenas pascuas de 1989.

Pero a Castro ni siquiera le envenenan el café como a aquel Papa.

¿Por qué justamente de cualquiera de las anillas del poder en Cuba cercanas a Castro no parte una acción que acabe de eliminar al vejete, ya que parece que incluso La Parca perdió el interés en pasarle la guadaña? Esto conduce a la desencantadora conclusión de que la cúpula, en su pátina de abyección endémica que da color a la fauna arribista que va desde sus relacionistas públicos como Randy Alonso, Taladrid y Barredo, hasta los diversos estratos ejecutivos del establishment castrista —civiles o militares, los Alarcones o los Colomés Ibarras—, ya raulistas o fidelistas, piensan que a diferencia de lo que pasó incluso en la madre patria ideológica —la Unión Soviética—, una Perestroika ojerosa no les garantiza una reacomodación de su modo de vida, ni una transición al poder. De no ser esto lo cierto, lo otro sería pensar pues en el carácter masoquista de la prevalente siquis española del cubano todavía siglo y tanto después de la colonia, a lo vivan las cadenas de Fernando VII. Terrible leif motive de tan impertérrito estado de cosas…

Es posible que el tradicionalmente raquítico estado económico de Cuba, histórico por insular, y acentuado ahora por las cinco décadas de castroeconomía, determine que los que están cerca del sillón de convaleciente del dictador y que podrían servirle la pastilla equivocada y le supervivirían, saben que no podrían repartirse tras su funeral un cake que no existe. Mucho merengue; de masa, nada. El restart que desesperadamente necesita la computadora de Cuba es pues tan quimérico como las témporas de Mercurio…

En conversación telefónica con Emilio Ichikawa, el filósofo y este servidor arribamos al razonamiento de que la Unión Soviética tenía por lo menos un par de fábricas de camiones cuyos administradores en la época del post-estalinismo de Brezhnev acariciaban en silencio la idea de convertirse en CEO de las plantas tras el añorado descalabro del sistema algún día en el porvenir. De hecho, es lo que en Rusia ha pasado. Pero, ¿de qué central o cine podrían anhelar adueñarse las marionetas que engendró Castro, si Castro exterminó toda probable fuente generadora de cinco pesos? Por sólo mencionar estos dos elementos —central y cine— a más alto o más bajo nivel de generación de riquezas, el caso es que la industria azucarera cubana está aniquilada —acaban de reportar la producción más baja del dulce en la historia del país desde que un ingenito ignoto en la época de los mayorales parió la primera raspadura: alrededor de sólo 1 millón de toneladas métricas—, y las salas cinematográficas son ruinosas arquitecturas totalmente arrasadas. Castro y su aplanadora anti-económica no sólo desarticuló las fuerzas productivas que heredó de antes de 1959, sino que aquellas pocas apenas válidas que bajo sus normas estableció, luego, como Saturno que devora a sus hijos, él mismo las extinguió.

Las grandes operaciones en Cuba son fruto de las inversiones extranjeras, y volver a un golpe de estado económico como el de las intervenciones en 1960 en el que ahora un coronelito superviviente le tumbe el Hotel Melia al dueño español, no resistiría un reciclaje de la movida, condenada de antemano a la inviabilidad.

Todos los que hoy juegan al monopolio seudocapitalista en La Isla, hace rato que comprendieron que mantener el status quo es lo que les conviene y asegura su supervivencia. Por otro lado, gran parte de las esferas del poder en Cuba está representada por una clase incapaz, mediocre e ignorante que no podría jugar con las competitivas reglas de una sociedad democrática, abierta y de libre empresa, aunque ésta inicialmente fuese tambaleante. Carente de talento para cualquier cosa como no sea el de trepar a costa de la fidelidad ideológica —genuinamente fanática o fingida— quedaría desvalida y rezagada por el sagaz bodeguero de esquina cubano con inteligencia natural para los negocios —que los hay— así le faltase instrucción académica. La nomenclatura cubana se divide pues en topos y aprovechados. Y a ambos les costaría reinventarse... en verdad les resultaría imposible reinstalarse en un mapa decente y real.

En esa Cuba post-Castro imaginada, ¿dónde quedarían entonces personajes como los protagonistas de La Mesa Redonda, cuya prominencia y “éxito” —falaz, hay que decir— se basan en la lisonja y la adulación cuando no la simulación? Por eso lucharán a capa y espada para retener el privilegio de ver en una pantalla LCD la televisión por satélite de Estados Unidos, el país que denigran día a día pero que secretamente admiran, cosa que el infeliz chofer de un "camello" no puede hacer. Ya llegará el día —eso, si ya no pasa— en que sus hijos y sus esposas, asqueados por su miseria de alma, no podrán besarles en la mejilla o yacer bajo ellos.

Y hay otro estrato, el de los “ungidos” vistos con cierta respetabilidad, los de perfil intelectual como Eusebio Leal o Abel Prieto, con fortunas y cuentas de banco millonarias en el extranjero, cuya legitimidad sería anulada cuando las instituciones y la sociedad civil nacionales se restablezcan y quede demostrado que ese dinero que atesoran es patrimonio de la nación porque su origen no es genuino. Estos funcionarios del intelecto serían las más frágiles víctimas del nuevo orden; no podrían justificar sus chequeras como acaso sí artistas como Pablo Milanés, Silvio Rodríguez o Roberto Fabelo que arguirían que sus alcancías rebosaron por su obra. Y, al final de la lista, quedarían desahuciados los “embarcados”, los tira tiros desde las ventanas en los estertores de la dictadura, como la Seguridad del Estado rumana a la caída del regimen, aquellos que cometieron crímenes y atropellos, que amén de perder sus arcas, si decidieran abandonar el país, serían perseguidos, apresados y juzgados por tribunales internacionales o repatriados más tarde para sanción. El mundo ha cambiado para mal de ellos. Ya ni siquiera estamos en el aún tibio 1989…

De modo que todo ese panorama con —sobre todo— la economía cual común denominador, conspira contra la última esperanza, la que acaricia la eliminación de Castro por la mano que quizás le recorta la barba, ya que desde la intersección de L y 23 parece que no va a salir un grito de “¡abajo Fidel!” que, desconcertatemente, recibirá por todo eco un puntapiés de las Brigadas de Respuesta Rápida las cuales, por cierto, no están integradas por chinos de Cantón.

Para los hijos putativos de Castro en el poder, lo mejor es mantener las cosas tal cual están hoy. Duerme tranquilo, comandante, duerme incluso bocarriba y con los dos ojos cerrados, que nadie de los que te rodean te va a poner la almohada en la cara. Ni tampoco un tapón en la colostomía de tu oscuro costado para que te llenes de… y te ahogues en ella como te mereces.

 
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